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“Episodios oscuros de la medicina”

Episodios oscuros de la medicina
Tiempo de lectura: 7 minutos

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Episodios oscuros de la medicina

Prácticas extremas en el tratamiento de pacientes psiquiátricos

En diciembre de 2014, el Senado de los Estados Unidos publicó un informe que examinaba los métodos utilizados en los interrogatorios de sospechosos y terroristas de Al Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

El informe resumía, en quinientas páginas, las torturas aplicadas a los detenidos, que la CIA denominó como “interrogatorios reforzados”. Estas prácticas incluían privación del sueño, coacciones físicas, privación sensorial y simulaciones de ahogamiento. El entonces presidente Barack Obama condenó estas acciones, señalando que eran contrarias a los valores de la nación, mientras que el exvicepresidente Dick Cheney defendió su eficacia, argumentando que ayudaron a prevenir nuevos ataques.

Lejos de posicionarse sobre la ética de estos métodos, este artículo reflexiona sobre la similitud entre estos procedimientos y los tratamientos médicos empleados en siglos pasados, particularmente en pacientes con trastornos neurológicos y psiquiátricos. Estos tratamientos, más que aliviar, generaban sufrimiento adicional, llegando incluso a ser mortales.

La “cura” del ahogamiento

Jan Baptist van Helmont, médico flamenco del siglo XVII, observó que algunas personas recuperaban la conciencia tras estar a punto de ahogarse. Esto le llevó a experimentar con pacientes con enfermedades mentales, sumergiéndolos en agua de manera inesperada para generar un impacto de sorpresa o “shock”.

Inicialmente, este método se realizaba al aire libre, pero con el tiempo, instituciones como los asilos comenzaron a emplear dispositivos más sofisticados. Algunos, como el doctor Willard en Nueva Inglaterra, utilizaban cajas similares a ataúdes para sumergir a los pacientes hasta que dejaban de expulsar burbujas, momento en que eran reanimados.

Una variante de este método era la “cura de la ducha”, que consistía en arrojar agua fría o caliente sobre los pacientes. Defendida por figuras como el médico francés Philippe Pinel, esta técnica se utilizaba tanto con fines terapéuticos como punitivos, como en el caso de pacientes que mostraban comportamientos considerados inapropiados.

La silla giratoria

Otro tratamiento común en el siglo XIX era el uso de la “silla giratoria”, diseñada para tratar enfermedades mentales mediante la rotación rápida del paciente. Este procedimiento, desarrollado por Joseph Mason Cox y basado en ideas de Erasmus Darwin, buscaba inducir vértigo, náuseas y pérdida de conciencia para “reorganizar” la mente.

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Posteriormente, el irlandés William Saunders Hallaran perfeccionó este dispositivo, aumentando su velocidad y capacidad, lo que lo convirtió en una herramienta de control sobre los pacientes más rebeldes. Ver Imagen 1.

Evolución hacia prácticas menos agresivas

A medida que avanzaba el siglo XIX, métodos como la hidroterapia comenzaron a sustituir estas prácticas extremas. Este enfoque, popularizado por Vicenz Priessnitz, utilizaba agua fría, ejercicio físico e inmersiones para tratar diversas dolencias, marcando el inicio de una transición hacia tratamientos más humanitarios y efectivos.

En retrospectiva, estos episodios reflejan cómo la medicina, en su intento por comprender y tratar las enfermedades mentales, recurrió a métodos que hoy serían considerados inhumanos, evidenciando la necesidad de un enfoque ético y basado en evidencia en el cuidado de la salud.

Cox no dudaba en elogiar los efectos terapéuticos de los giros: «Este es un método médico y moral para el tratamiento de los maníacos». Según él, su silla giratoria era una auténtica panacea: «Está claro que ningún otro remedio es tan eficaz con tan poco riesgo. En todos los casos es capaz de producir la perfecta quintaesencia, calmar toda irritación, silenciar a los más vociferantes y locuaces, disminuir la determinación de la sangre hacia el cerebro y el calor excesivo de la superficie, y procurar el sueño cuando otros métodos han fracasado».

Los efectos secundarios como las náuseas, vómitos y pérdida de consciencia provocados por la silla giratoria eran considerados un éxito terapéutico, ya que contribuían a calmar a los pacientes psiquiátricos. Además, la rotación prolongada podía generar incluso efectos placenteros.

Un artículo de 1923 publicado en el Journal of Experimental Psychology por el investigador Dodge, quien experimentó con miles de rotaciones en varios días, describía que «en lugar de ser una tarea desagradable, la experiencia resultó al final calmante y soporífera».

Aunque diseñada para pacientes maníacos, la silla giratoria tuvo un uso inesperado cuando llegó a manos del fisiólogo austríaco Johann Evangelist Purkinje. Él no buscaba aplicaciones médicas, sino emplear los giros para investigar los movimientos oculares durante la rotación del cuerpo, lo que marcó el inicio del estudio del sistema vestibular, clave en el control del equilibrio y los movimientos en el espacio.

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La silla tranquilizante

En Estados Unidos, uno de los principales defensores de la silla giratoria fue el doctor Benjamin Rush, conocido como el padre de la psiquiatría americana. Rush bautizó a su silla giratoria como gyrator, la cual funcionaba de manera similar a las europeas.

Cuando los giros no funcionaban, Rush optaba por la inmovilidad total como solución. Consideraba que la locura era una inflamación del cerebro y que la ausencia de actividad ayudaría a reducir dicha inflamación.

Para esto, la cabeza del paciente era encerrada en una caja de madera, eliminando la visión y la audición, mientras que el resto del cuerpo era inmovilizado con bandas de cuero. La silla estaba equipada con un orificio para necesidades fisiológicas y se fijaba al suelo.

Este tratamiento de privación sensorial podía durar semanas o meses, y Rush lo describía como un sedante para «la lengua, el temperamento y los vasos sanguíneos».

La silla vibratoria

Pierre Chirac, médico de Versalles en el reinado de Luis XV, documentó la mejoría de un paciente melancólico tras varios días viajando en un coche de caballos de correos. Inspirado por esta observación, el clérigo Charles-Irénée Castel de Saint-Pierre propuso la creación de una silla que replicara este efecto sin necesidad de los inconvenientes del viaje.

Así, en 1734, diseñó junto al ingeniero Duguet la primera silla vibratoria, recomendada tanto para preservar la salud como para tratar enfermedades. Castel sugería su uso regular para mantener la armonía del sistema nervioso y prevenir enfermedades.

En 1881, Gustave Flaubert satirizó esta silla en su novela Bouvard et Pécuchet, y en 1892, Gilles de la Tourette publicó una lección sobre medicina vibratoria basada en las observaciones de Charcot, quien construyó una silla para transmitir movimientos oscilatorios similares a los de un tren en marcha. Según Charcot, estos movimientos aliviaban los síntomas de enfermedades como el Parkinson y mejoraban el sueño de los pacientes.

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La cura de la suspensión

El novelista Alphonse Daudet, afectado por neurosífilis, sufría intensos dolores y problemas de movilidad. Tras consultar con Charcot, este le ofreció un tratamiento inspirado en una técnica rusa de suspensión desarrollada por el Dr. Motchoutkowsly.

La técnica consistía en elevar al paciente mediante un corsé ajustado y poleas, lo que aparentemente realineaba la columna vertebral y aliviaba los síntomas. Aunque los resultados eran discutidos, este tratamiento ofrecía un respiro temporal a los pacientes que, como Daudet, enfrentaban dolencias severas.

Como era de esperarse, Charcot no tardó en aplicar esta nueva terapia en su amigo Daudet, quien describió así su experiencia:

“Estoy suspendido en el aire durante cuatro minutos, los últimos dos únicamente sostenido desde mi mandíbula. El dolor en los dientes es insoportable. Cuando me bajan y liberan, siento un dolor terrible en la espalda y el cuello, como si mi médula se estuviera derritiendo. Esto me obliga a permanecer encorvado durante horas para luego, poco a poco, enderezarme mientras, según creo, la médula estirada vuelve a su lugar. No noto ninguna mejoría. Tras trece suspensiones, comencé a toser sangre, lo cual atribuyo a la congestión en mis pulmones provocada por los excesos agotadores de este tratamiento”.

Los hermanos Goncourt, escritores y amigos cercanos de Daudet, también reflejaron en sus diarios, publicados en 1888, su percepción de este método:

“Daudet nos habló de su tratamiento de suspensión, una nueva técnica para la ataxia que Charcot importó de Rusia. La suspensión dura cuatro largos minutos, tras los cuales Daudet es bajado con intensos dolores en la espalda y el cuello. Además, todo se lleva a cabo en una penumbra casi total… ¡es algo evocador! ¡Como si fuera un grabado de Goya!”.

La falta de resultados positivos tras numerosas sesiones generó una abierta crítica de los hermanos Goncourt hacia Charcot y, por extensión, a los médicos de la época:

“¡Qué desastrosos son estos médicos como descubridores! Si un paciente les dice: ‘Me comí un huevo en ayunas y eso me hizo sentir mejor’, entonces comienzan a recetar huevos a todos sus pacientes. Es como si les contáramos: ‘A las 8:45 de la mañana estaba en mi jardín, un escarabajo se posó en mí y, de repente, tuve un gran apetito’. No duden que, si se lo dijéramos a un médico, prescribiría escarabajos a las 8:45 para todos sus pacientes”.

La cura de la sangre de oveja

Desde tiempos antiguos, se asociaba el temperamento dócil con el carácter de los corderos. Por ello, en el siglo XVII, muchos médicos creyeron que transfundir sangre de cordero a pacientes maníacos podría “apaciguar sus pasiones descontroladas”.

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Según relata el político inglés Samuel Pepys en su diario, en 1667 se ofrecieron 20 chelines a un lunático para someterse a una transfusión de medio litro de sangre de oveja. Pepys escribió: “El paciente seguía igual de loco, aunque hablaba de manera razonable”.

El médico francés Jean-Baptiste Denys fue uno de los mayores defensores de esta práctica. El 15 de junio de 1667 transfirió 350 ml de sangre de oveja a un joven de 15 años que había sido sangrado unas veinte veces con sanguijuelas. Sorprendentemente, el muchacho sobrevivió, y una segunda transfusión también fue exitosa.

Hoy sabemos que los grupos sanguíneos determinan la compatibilidad en las transfusiones, pero no está claro por qué estas primeras transfusiones no resultaron fatales. Sin embargo, el tercer paciente, Gustaf Blonde, un noble sueco, falleció tras el procedimiento.

En 1667, Denys realizó varias transfusiones de sangre de ternera a Antoine Mauroy, un hombre considerado “loco”. Mauroy murió tras la tercera transfusión, y su esposa demandó a Denys, acusándolo de ser el responsable de la muerte de su marido.

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Tras el juicio, Denys abandonó la práctica médica y, en 1670, las transfusiones de sangre animal fueron prohibidas en Francia. No fue hasta 1902 que Karl Landsteiner descubrió los grupos sanguíneos, haciendo seguras las transfusiones humanas.

La cura de la extracción total

Menos de un siglo atrás, algunos médicos creían que las enfermedades mentales eran causadas por infecciones, y que eliminar quirúrgicamente las zonas infectadas podría curar a los pacientes. Esta teoría, conocida como “bacteriología quirúrgica”, tenía como principal exponente al psiquiatra estadounidense Henry Cotton.

Cotton, formado con figuras como Emil Kraepelin y Alois Alzheimer, dirigió el Hospital Estatal de Trenton en Nueva Jersey desde 1907 hasta su retiro en 1930. Durante su gestión, supervisó la extracción de alrededor de 11,000 dientes de pacientes psiquiátricos, convencido de que las infecciones dentales provocaban enfermedades mentales.

Si tras las extracciones dentales los síntomas persistían, se recurría a la eliminación de amígdalas. De no haber mejoría, el tratamiento escalaba hasta la extirpación de órganos como el bazo, los ovarios, el útero o incluso el estómago y el colon.

Cotton afirmaba un éxito del 85% en sus procedimientos, lo que le otorgó fama internacional. Sin embargo, ocultó el hecho de que aproximadamente un tercio de sus pacientes morían debido a infecciones postoperatorias, ya que los antibióticos aún no existían.

En 1922, el New York Times describió su trabajo como un gran avance en el tratamiento de enfermedades mentales, pero investigaciones posteriores revelaron inconsistencias en sus datos y la precariedad de las condiciones en su hospital. Finalmente, tras su jubilación en 1930, las cirugías extractivas fueron abandonadas, permitiendo a los pacientes conservar sus dientes y órganos.

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Información del Autor
  1. Plazas Lorena, Enfermera. Trabajo propio.
Fuentes bibliográficas
  1. Palma Jose Alberto, 2016; HISTORIA NEGRA DE LA MEDICINA; Sanguijuelas, lobotomías, sacamantecas y otros tratamientos absurdos, desagradables y terroríficos a lo largo de la historia; Ciudadela Libros; Madrid; España.

Última actualización: [17/11/2024]

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